El maltrato familiar de los hijos hacia los padres y hermanos es algo más común de lo que socialmente se cree. Aparece en todas las clases sociales aunque es en la clase media donde incide más. Por otro lado, las madres de familias monoparentales son unas de las grandes víctimas de este tipo de maltrato. No obstante, en las familias tradicionales también la madre es la más agredida.

Los expertos dicen que este tipo de violencia intrafamiliar tiene relación con un estilo de educación negligente, excesivamente permisivo y con ausencia de la figura paterna. A este último respecto no tiene por qué ser ausencia real sino tan solo basta con que el padre se abstenga de intervenir en la educación.

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En cuanto a la figura del hijo maltratador, este suele ser víctima del fracaso escolar y laboral, dada su resistencia a cumplir normas o a someterse a disciplina. Suelen ser impulsivos y agresivos, con alto nivel de frustración, faltos de empatía, sin control de la ira y con altas dosis de irritabilidad, depresión y ansiedad.

Simultáneamente suelen darse casos donde concurren trastornos como el de déficit de atención con hiperactividad, el bipolar, el disocial, el negativista desafiante o las psicopatías. Algunos de ellos no salen de su hogar porque carecen de pares con los que esparcirse.

Las soluciones pasan por la intervención conjunta de los padres y del propio sujeto mediante técnicas conductuales y cognitivas de carácter educativo para modificar los reforzamientos de las conductas agresivas y para enseñar a educar.

Perfil del Menor Maltratador

Aunque las conductas de maltrato de hijos hacia sus padres se pueden manifestar a cualquier edad y en diferentes niveles socioculturales y económicos, se han identificado una serie de características que configuran un perfil propio del menor maltratador.

En cuanto a la edad, parece ser que el maltrato hacia los progenitores es más común en los inicios de la adolescencia, aproximadamente en torno a los 16-17 años, aunque es frecuente que se aprecien las primeras señales de agresividad y violencia sobre los 12 años. El factor de la edad es determinante en el tipo de agresividad y maltrato, ya que en edades más tempranas (menores de 15 años) esta suele ser de origen psicológico y en adolescentes mayores tiende a cobrar una mayor importancia la agresividad física.

En relación al sexo, aunque también existen muchos casos de niñas maltratadoras, esta conducta es más frecuente en el caso de los varones.

A pesar de que las situaciones de maltrato de menores hacia sus progenitores, como ya se ha apuntado anteriormente, se producen en cualquier ámbito socioeconómico y cultural, se ha hallado una mayor proporción de casos en contextos con un nivel cultural alto. Sin embargo, en los últimos años y debido a las circunstancias socioeconómicas por las que atraviesa nuestra sociedad, se está asistiendo al incremento de casos de menores maltratadores pertenecientes a la clase media. Estos chicos y chicas se rebelan contra sus padres porque no pueden satisfacer sus `caprichos` al verse reducidos los ingresos con los que cuenta la familia. Los menores maltratadores, por norma general no se han visto envueltos en situaciones delictivas previas.

Por lo tanto, actualmente se puede hablar de cuatro tipos de menores maltratadores:

  • Aquellos que maltratan a sus familiares debido a que padecen algún tipo de adicción.
  • Los que presentan trastornos de conducta.
  • Los jóvenes que presentan agresividad a consecuencia de una educación permisiva y carente de normas y límites.
  • Los que no aceptan las limitaciones económicas impuestas por su familia.

Estos niños se caracterizan por presentar los siguientes rasgos:

  • Falta de empatía.
  • No sienten compasión.
  • Baja tolerancia a la frustración.
  • Ausencia de sentimientos de arrepentimiento o culpa.
  • Su agresividad va dirigida a la consecución de un fin determinado.
  • Falta de autocontrol.
  • Impulsividad.
  • Depresión.
  • Ansiedad.
  • Irritabilidad.
  • Baja autoestima.

Otra característica fundamental del maltrato, es que este va dirigido principalmente siempre hacia la madre. En aquellos casos en los que el padre también es maltratado, ello es de forma conjunta a la madre.

Estas familias suelen presentar una fachada de normalidad y convivencia en ámbitos sociales externos. No exteriorizan fuera del ámbito familiar las manifestaciones agresivas.

Síndrome del Emperador

Este síndrome puede definirse como un trastorno de agresividad de los hijos hacia sus padres. Estos hijos no sufren de enfermedades mentales, no fueron víctimas previas de malos tratos, no han sido desatendidos por sus progenitores ni estos tienen conductas desestructuradas, ni tienen por qué ser adictos a las drogas.

Lo que los menores que presentan síndrome del emperador tienen es una falta absoluta de sensibilidad emocional y de apego. Para ellos, los padres no tienen autoridad para imponérsele ni tienen derecho a establecer normas, no sienten respeto alguno por ellos.

Cuando se llegan a situaciones de auténtica agresividad en la época final de la adolescencia los padres ya han pasado por estadios previos e intermedios: desconsideraciones, desobediencia, mentiras, amenazas, empujones, violencias contra las cosas, patadas, golpes y en casos extraordinarios, atentados contra la vida de los progenitores o contra sus hermanos.

En la edad adulta, el `emperador` trasladará todos estos comportamientos de `hacia los padres` a `hacia los hijos y la pareja`.

Niños y Adolescentes Tiranos-Dictadores

Como punto de partida hemos de dejar constancia de que no todos los niños que presentan las conductas que vamos a mencionar se convierten en maltratadores, pero sí que los niños que se han convertido en maltratadores han pasado por estas mismas.

Los maltratadores en general y los menores maltratadores en concreto, siempre intentan imponer sus criterios, enrabietándose y volviéndose agresivos frente a la frustración.

No existe un único perfil de menor maltratador. Este puede ser de cualquier nivel cultural, económico o social. No obstante, su presencia es más habitual entre las familias rotas por una separación o divorcio y con un nivel socioeconómico alto. Además, se da con más frecuencia cuando el menor es hijo único o, si tiene más hermanos, la diferencia de edad entre ellos es bastante alta.

Normalmente son hijos rebeldes, malcriados, disconformes con todo e insatisfechos, que desde muy temprana edad tratan de lograr todo aquello que desean imponiendo sus propios criterios. Sus tácticas para lograrlo es amenazar, insultar y agredir, debilitando la autoridad de los padres y sembrando miedo en el hogar.

Los hijos tiranos desobedecen por norma y no cumplen con sus obligaciones. Se comportan como dueños absolutos de la casa, comportándose respecto a los padres como si estos viviesen para oponerse a él y recortarle su libertad.

Además de todo lo dicho, son rencorosos y susceptibles pero a la par, insensibles respecto a los padres hasta el extremo de no sentir apego alguno por ellos. Presentan tolerancia baja a la frustración, enojándose y enfadándose ante cualquier propósito o deseo no cumplidos.

El menor maltratador puede desarrollar diferentes técnicas de maltrato. Por una parte tendríamos el maltrato psicológico, manifestado mediante insultos y desprecios hacia los padres para reírse de ellos, ridiculizarlos o hacerles sentir culpables de su frustración. También este tipo de maltrato puede consistir en hacerles pasar a los padres malos tragos en público o en situaciones comprometidas.

De otro lado tenemos el maltrato físico el cual siempre viene como sucesión del psicológico, es decir, que para que se dé el primero ha de haberse dado con antelación el segundo. El proceso de transición de uno a otro es paulatino, como el proceso de conversión de hijo normal a hijo maltratador.

Este proceso que mencionamos tiene su origen en sus primeras edades cuando no se corrigen determinados comportamientos como exigir a gritos o mediante berrinches y rabietas o montar en cólera si no consiguen un deseo. También es un síntoma negarse a cumplir con sus obligaciones domésticas o escolares. Si en ese momento consiguen sus objetivos están poniendo la primera piedra de su tiranía.

El no ser reprendidos suele asociarse a padres que ceden siempre a los caprichos y a los deseos de bienes materiales del niño, perdiendo así su autoridad y dejando que el niño se sienta superior a ellos. Los motivos para estas cesiones suelen ser los deseos de que al hijo `no le falte de nada` o el miedo a perder su cariño. Posteriormente, este miedo pasa a ser terror hacia las rabietas y los comportamientos agresivos del hijo. Eso les hace que se vuelvan más y más permisivos y condescendientes alcanzando un punto de no retorno que hará que cualquier negativa futura se convierta en frustración y agresividad.

Existe otro factor causante de esta agresividad del hijo hacia sus progenitores. Se trata de la ausencia de normas y obligaciones, situación que el menor asume creyendo que él tiene todos los derechos y ningunas obligación.

Ante estos comportamientos se debe poner límite a tiempo, cortando las actitudes agresivas, oposicionistas y rebeldes. La corta edad del hijo no debe ser excusa para que los padres le reprendan de forma proporcionada y adecuada. Los padres deben actuar firmemente, sin cesiones ante las amenazas y las rabietas porque son estos los que dirigen a la familia, contando con la opinión de los demás miembros, pero sin estar subyugados a ellos. Estas actitudes de los padres han de ser inflexibles y coordinadas, de nada sirven si solo las adopta uno de ellos con la disensión del otro. Ambos deben demostrar tener los mismos criterios de disciplina y de corrección de los hijos. Eso sí, todo esto se tiene que administrar con firmeza pero, igualmente importante, con cariño.

Perfil de los padres obedientes

A veces, los padres se acostumbran a una actitud oposicionista de los hijos. Si día a día y por sistema se enfrentan a conflictos a la hora de despertar, de lavarse o vestirse, de desayunar, almorzar o cenar, de ir a clase, etc., si es habitual el que un hijo moleste a sus hermanos continuamente o haga, como se dice vulgarmente, `de su capa un sayo`, si un hijo llama la atención continuamente, si demanda una constante disponibilidad de los padres, si los berrinches, la reafirmación del yo, la negación continua, etc., son lo habitual, puede que los padres se acaben cansando.

Cuando llega el cansancio puede llegar el abandono de la autoridad, el chantaje, por el que se les concede lo que piden para que dejen de molestar, la cesión por la que se les da lo que piden porque sí.

Con esta actitud el niño vence, se ve importante y centro de su mundo, se ven reforzadas las actitudes oposicionistas y rebeldes de los hijos ya que con su resistencia acaba evitando hacer aquellas tareas desagradables o que no le gustan lo cual, a su vez, retroalimenta la actitud de desobediencia. Llegados a este punto debemos plantearnos cómo se debe actuar para reconducir estas situaciones.

En primer lugar se debe reconocer y comprender qué ocurre para luego ver sus orígenes y las circunstancias en las que se da. Para responder a estas preguntas la clave es la comunicación pues aunque los padres sepan qué es lo que el hijo debe o no hacer ¿lo sabe el hijo? Y una vez averiguado ¿perciben los hijos la autoridad de los padres? No olvidemos que estamos ante `padres obedientes` que han abdicado de esa autoridad.

Respecto a lo anterior, tampoco debe olvidarse que la autoridad es fundamental en le relación entre hijos y padres. Los hijos han de percibir que sus padres tienen esa autoridad, que ellos son los que mandan. Esto les transmite en realidad una seguridad que les es necesaria para crecer y aprender a mantener conductas adecuadas.

Los hijos deben sentir que conseguir siempre su capricho solo les satisfará temporalmente pero que en el futuro lamentarán haber adquirido hábitos conductuales erróneos.

El uso de la autoridad no supone sin embargo el empleo de la violencia, el castigo físico o psicológico sino la firmeza y el afecto. Para ello es necesaria la autoconfianza, pues si no se confía en poder mantener una actitud frente al hijo despótico pronto se verán convertidos en padres obedientes. Hay una serie de premisas a la hora de practicar la firmeza y la autoridad:

  • No se deben realizar peticiones de baja intensidad. Es decir, cuando se desea que el hijo actúe de determinada manera no se le dirá de forma interrogativa `¿por qué no….?` Sino en imperativo `haz…`.
  • Usar la forma de orden cuando sea estrictamente necesario y no para todo tipo de momento.
  • Es necesario el formato de orden para las conductas adecuadas en la familia (`te toca poner la mesa`); para transmitir valores positivos (`si a una persona mayor se le cae al suelo algo, ayúdale a recogerlo`); para la socialización (`si te regalan algo se debe dar las gracias`); y para el propio bien del hijo (`no te acerques a la cocina cuando se esté cocinando`).
  • No excederse en la confrontación o en la crítica.
  • No lanzar las órdenes al viento desde lejos o gritadas. Estas deben dirigirse al hijo cara a cara y mesuradamente para asegurarse de que las está oyendo y comprendiendo.
  • Ser firmes a la hora de reprimir las malas acciones del niño mediante un castigo que se habrá de mantener siempre, es tremendamente contraproducente imponer un castigo que luego no se vaya a cumplir.
  • Dar las órdenes cuando sea necesario y en su momento justo. Si el niño coge un dulce fuera de horas, al prohibirle comerlo se está fomentando el conflicto.
  • En cambio, si desde siempre se le ha enseñado que comer entre horas no está permitido, se habrá evitado ese conflicto.
  • Compartir con los hijos los buenos momentos y no escatimar el tiempo para estar con ellos.
  • Evitar emitir mensajes que no puedan ser cumplidos. No se debe amenazar con el hombre del saco, con la policía o con abandonarlos porque si llega la hora de cumplir la amenaza descubrirá que no tenemos autoridad para ello ya que esta es incumplible. Se le debe amenazar con ser castigado. Tampoco se les debe insultar llamándole tonto o vago.

 

 

BIBLIOGRAFIA:

Material extraido del curso "Afrontamiento de los Trastornos del Comportamiento en la Infancia y la Adolescencia"

Cordero, A. y Cruz, M.V "Inventario de adaptación de conducta" Madrid: TEA, 1980

Feindler, E. "Entrenamiento para el control de la colera en grupo para jovenes delincuentes de Secundaria" Revista Terapia cognitiva e investigación, 1984

Goldstein, A. "Habilidades Sociales y Autocontrol en la adolescencia" Editorial Siglo XXI, 1999